domingo, 4 de diciembre de 2011

Check-in



Revolviendo la cantidad de tonterías que pueden acumularse en una habitación mientras se sufre un catarro he terminado tropezando con la maleta. No es que aún no esté deshecha desde septiembre, simplemente los armarios de este piso de estudiantes se vieron repletos a eso de mitad de octubre y claro, cualquier rinconcito empezó a venirme bien.
El caso es que desde el patético ángulo en que he tropezado con la maleta he podido ver algo que se me había escapado antes: el código de barras que suelen pegarles en los aeropuertos para asegurarse que llega al mismo destino que el dueño, esa especie de talismán que tranquiliza en parte tanto a la compañía como a uno mismo.

Pensando que ya estaba bien con mi dejadez, me he acercado con intención de despegarla... y me he parado en seco. No quería, como si fuese a poner el punto y final al gran año vivido fuera. Como si no llevase ya varios meses volviendo a mi rutina Sevilla-Madrid y sumergida hasta las orejas en Aulaglobal... nada, no he podido.

¿Qué tal la vida después del Erasmus? ¿Cómo has conseguido volver a la rutina? Me lo preguntó un amigo que conocí en Milán en octubre, cuando nos reencontramos en Madrid. "Bien", respondí con sinceridad mientras subíamos por la calle Carretas; "no es como si no fuera a volver, tenemos amigos allí, habrá que ir a las graduaciones". No pareció convencerle mi respuesta, y tampoco insistí mucho, pero hoy me he dado cuenta de por qué siguió pensativo.

No entraré en descripciones profundas sobre los elementos que decoran las paredes de la habitación. Sí que comparto una foto, un pantallazo de lo que es hoy por hoy mi fondo de escritorio, y que corresponde a la primera foto que hice en Milán, el día después de llegar a la ciudad y que fue tomada durante mi primer paseo con el mapa en la mano. Creo que, en muchos aspectos, continúo en la cola del check-in, en Bérgamo. Igual que el blog ha tardado en actualizarse pero ha acabado haciéndolo, también la pegatina terminará por irse. Cuando sea el momento.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Suspicacias

El poso del café hacía rato que rondaba los cero grados cuando cayó la primera.
En la frente, como mandan los reveses madrugadores, que siempre son fieles a la tradición.
Te vuelves, miras al compañero, no lo ha visto como tú. O, por lo menos, no reacciona.

Pero tú ya la llevas, que a eso vamos, ya se encargará la mañana (tiempo al tiempo, que es trabajadora constante y meticulosa) de regar la semilla. La habría hecho crecer con mimo para florecer ya de noche, cuando nadie mire, pero la contaminación en Madrid, ésa que es secundaria a la hora de asfixiar a los madrileños, es como el gas que ha llegado al arroz de Fukushima, y la pequeña planta alcanza alturas de haya mientras te quemas con otro café.

Suspicacias especiales de viernes. Al final se convierten en ruido, al final no son más que mensajes que no van para ti pero que a veces te gusta recoger, y la mayoría de las veces, también interpretar.

Para merendar, tila.