jueves, 16 de febrero de 2012

Entre la ficción y la realidad

Hace unas semanas, para un trabajo de clase, se nos pidió que escribiéramos una crónica o un perfil del tema que quisiéramos. Pasándome un poco de osada, propuse al profesor, basándome en la estructura de un perfil (un retrato sobre una persona) escribir sobre un objeto y no un individuo.
La idea le pareció interesante y me puse a escribir sobre lo que me pareció uno de los temas más bonitos que he escuchado nunca. El Vaporcito de Cádiz.
No toda Andalucía lo conoce, así que la cara de sorpresa ante este tema es habitual. El Vaporcito era un barco cuyo recorrido unía el Puerto de Santa María con Cádiz, primero con fines domésticos y más tarde turísticos. Era un símbolo de la ciudad y mucha gente tenía anécdotas de sus travesías.
Este verano, sin embargo, un choque junto al muelle provocó el hundimiento de la embarcación, y yo, que entonces trabajaba en Radio Sevilla, fui testigo de cómo a la mañana siguiente, abiertas las líneas de teléfono de la radio, la gente llamaba para contar sus pequeñas historias.
Me pareció lo bastante importante y desconocido como para dedicarle unas líneas, y ahora que el texto ha pasado el primer corte, quiero dejarlo por aquí, por si a alguien le interesa pasar unos minutos leyendo algo que, si bien no es totalmente verídico en cuanto a los personajes,  tampoco es totalmente inventado.


VAPORES DE TODA UNA VIDA
Hay otoños a los que les gusta hacerse notar. Sus vientos provocan el revuelo de hojas y humores de aquellos que han pasado la mañana frente al espejo afanándose por domar un pelo que volverá a encontrar una excusa para la rebeldía cuando salgan de casa. Hay otoños menos belicosos pero desconcertantes. Son aquellos para los que los armarios jamás están preparados para sus subidas y bajadas bruscas de temperatura en una sola jornada, y cuya última consecuencia de esta falta de clarividencia termina con un catarro y demasiados sobres de medicamentos gastados sobre la encimera de la cocina. Otoños, en definitiva, hechos para soportarlos a la espera del hermano mayor, el invierno.

Y luego están los otoños de Cádiz. Sabes que es otoño porque las imposiciones del calendario así lo marcan. Del 21 de septiembre al 21 de diciembre, sin sorpresas ni brusquedades. Tiempo tranquilo propicio para una vida tranquila, aunque estos días en la bahía de Cádiz no estén siendo tranquilos sino extraordinarios. Porque puede que se realice la proeza que casi nadie esperaba, y el Vaporcito de Cádiz vuelva a navegar.

Extraordinario es la palabra que emplea Florencio David Daza, propietario del bar “El Chiringuito”, a pie de muelle.

-       - Era una cosa muy de aquí ¿sabe usted? To el día pa arriba y pa abajo… Traía gente que venía del Puerto a trabajar a Cádiz pero vamos, tenía tirón y terminó siendo una cosa de turistas. Pero nuestro, nuestro…

Florencio tenía unos cinco años cuando su padre lo subió al Vaporcito por primera vez para dar una vuelta y de paso, acercarlo al Puerto, donde vivían sus abuelos. Fue un conglomerado de primeras veces: primera vez que subía a un barco, primera vez que iba al Puerto, primera vez que veía a sus abuelos.

-       Las cosas de la guerra, yo nunca pregunté. Como los chavales del barco jugaban y corrían, yo me iba con ellos, una hora de camino pa un niño es mucho tiempo. Nosotros teníamos que cogernos a la barandilla y jugar a cogernos sin soltarla, lo que pasa es que en la parte izquierda había como una marca, se ve que estaba un poco gastao y cuando pasabas la mano te llevabas una astilla de regalo.

Enseña la mano jurando que la marca de una astilla especialmente grande le dejó marcado, aunque la palma lisa de su mano se atreva a desmentirlo. Desde que el Vaporcito se hundió ha aumentado la frecuencia con la que la historia es contada, y consecuentemente, los suspiros de los clientes. Todos tienen anécdotas en el Vaporcito y la mayoría de ellas fueron vividas juntas. El problema de la barandilla se solucionó en el 56, y muchos recuerdan en la intimidad de sus casas que entonces Florencio aún llevaba pañales.

El día que la embarcación se fue a pique El Chiringuito se convirtió en el centro de todas las tertulias. La gente se acercaba y contaba lo que había podido ver desde el muelle mientras los demás le observaban en silencio. Uno de los oradores que más tiempo captó la atención fue Luis Jiménez. Luis acababa de salir de su casa de camino a la papelería cuando escuchó jaleo en el muelle.

-    - Eran como gritos… y casi gente llorando. Me asusté porque bueno, no es que la zona sea conflictiva ni mucho menos, pero así voces, sin venir a cuento… tampoco.

Duda y frena el discurso, porque aunque sea un chico tranquilo también ha tenido sus conflictos.

-       -Sólo me he peleado una vez en mi vida, y fue en el Vaporcito. Yo vivía en el Puerto y salía de fiesta por allí, pero empezó a ponerse de moda un sitio en Cádiz… Bueno, de moda… la chavala que me gustaba iba a allí y claro, luego tenías que coger otra vez el barco para volver. El caso es que, confiado de que yo vivía en otra parte, tuve unas palabras con un tonto en la discoteca. Lo que yo no me esperaba es que fuese vecino del Puerto y claro, nos vimos entre dos aguas y con los ánimos subidos. Poco recuerdo de la pelea, pero puedo decir exactamente el tipo y color de la madera del suelo del barco. Impecable de verdad. No se vaya a reír, pero lo que pensé cuando vi a los bomberos era que era una verdadera pena que aquella madera se perdiera, y me acordé del tonto.

Cuando llegó, eran ya las seis y media de la tarde del 30 de agosto. Vio varias decenas de personas arremolinadas y muy nerviosas, muchas de ellas extranjeras. Cuando consiguió adentrarse pudo ver el perímetro de seguridad de los bomberos y, sobre todo, muchos dispositivos de salvamento y bombas de agua. Un poco más allá, entre los vehículos, la popa del Vaporcito con sus flotadores rojos sobresaliendo del agua; de la proa no quedaba nada, ya estaba hundida. Hacía diez minutos que había atracado.

El Vaporcito de Cádiz (o del Puerto, según la orilla en que se pregunte) realizaba su ruta habitual entre ambas localidades aquella tarde. Aproximadamente a las seis y diez de la tarde, Pedro Martín, su capitán, miraba con desgana el poso frío del café que un miembro de la tripulación le había dejado en un huequecito junto al timón. Había sido una mala noche, el aire acondicionado se le había estropeado y el ventilador sólo movía aire caliente. Apenas había dormido y a pesar de la sobredosis de cafeína, los ojos le pesaban cada vez más. Recuerda haber pensado inexplicablemente en la próxima revisión de la ITV. Después, el choque. Absurdamente intentó girar el timón para alejarse de las rocas de la entrada al puerto de Cádiz, pero el timón sólo tenía ayuda mecánica y el engranaje de acero estaba algo oxidado. Intentó llegar al muelle asignado, el Alfonso XIII, pero finalmente desistió y terminó situándose en el Reina Victoria, entre los bolardos 16 y 17.

Mientras, los ochenta pasajeros a bordo comenzaban a darse cuenta de que algo iba realmente mal. Mari Carmen Sánchez estaba especialmente fastidiada.

-       -Llegaba tarde a trabajar. Eran casi tres cuartos de hora, perder uno no es tontería. Subí aquella tarde cuando estaban ya por la segunda pitada antes de salir. Pero vamos, que no es la primera vez.

Se refiere a otro viaje in extremis, también accidentado como éste. Ella y otros tantos amigos de la facultad habían decidido darse un capricho y pasar unos días en Múnich, en el Oktober Fest del 98. Tenían que llegar al aeropuerto de Jerez, pero se durmió en los laureles y perdió el barco que iba a llevarla hasta Cádiz, así que tuvo que coger el único que salía justo 10 minutos después, el Vaporcito.

-       - A mí siempre me ha parecido una tontería eso de llamarlo “Vaporcito”. ¡Si es una motonave!

Pero el capitán había calculado mal la autonomía restante de la embarcación, y la gasolina se acabó a mitad de trayecto. Como era ya de noche y por una serie de gestiones nefastas, no se les dio solución y tuvieron que pasar la noche en el barco.

-       - Pasar la noche en un camarote, perder el billete de avión, y todo a veinte minutos de casa. Un desastre.

Compartiendo indignación con los pasajeros conoció a Miguel, su actual marido. Un año más tarde la Junta de Andalucía declaró el Vaporcito Bien de Interés Cultural, y Mari Carmen fue la organizadora de los actos de celebración.

Los hay que tuvieron sus momentos, y quienes luchan por que otros los tengan. Por eso esta mañana, 28 de noviembre de 2011, Rafael Barra, presidente de la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz, asiste acalorado a la rueda de prensa que anuncia el inicio de los trabajos para su restauración. Unos trabajos que comenzaron con el reflote del Vaporcito, y que, hasta la fecha, sólo la APBC ha sufragado aunque, eso sí, de forma subsidiaria. 27.000 euros. Es lo que ha permitido que el Vaporcito de Cádiz fuese reflotado por la empresa Divership y trasladado a San Fernando para su reparación. 28 días después de que se hundiera y sin que el armador del barco estuviera en condiciones de pagar, Rafael Ibarra tuvo que asegurar a los miembros del consejo de administración de la Autoridad Portuaria que la inversión sería recuperada. Que a pesar de que no contemplaban hacer inversiones a corto plazo en patrimonio, estaban ante una situación extraordinaria.
Pero del coste total nada se sabía.

-       - ¡Jefe! No sea más jartible, que la cosa es difícil. Son 22 metros de eslora, cinco y medio de manga y dos y medio de calado. Vamos, un bicho de 113 toneladas. Y por si fuera poco, de 1955. ¿No sería mejor hacer un Adriano IV?

Paco, inspector jefe de Navantia, donde aún permanece el Vaporcito, probablemente tenga razón. El auténtico nombre del barco, Adriano III, no sólo ha conocido tiempo mejores sino tenido antecesores más rudimentarios. Los “adrianos” I y II se encargaban de realizar la misma ruta con bastante más público gaditano.  Fueron sustituidos por las mejoras introducidas, pero para la gente siempre ha existido un mismo Vaporcito. También ha sido escenario de películas como “La Lola se va a los puertos”; reflejado en chirigotas; poesías de Alberti; textos de Teófilo Gautier. Se ha hundido, pero las inmediatas iniciativas en Facebook forzaron la reacción institucional. Hay que recuperarlo, con crisis o sin ella. La cuestión es mucho más compleja de entender que un balance económico. Como dice Florencio, justo antes de contar su anécdota:

-       - Era con diferencia lento, muy lento. Tardaba el doble que otros en hacer la misma distancia. Sólo servía para los turistas, para pasearse, por lo menos ahora. No digo yo que entonces no fuera… pero ya no. Y sin embargo… todo el mundo tiene un momento importante en el Vaporcito. ¿Cree que no hay otras cosas más importantes en Cádiz para hacerlas emblema nuestro? No iba lento, iba tranquilo. Era de toda la vida, como un conocido del barrio. ¿No querría usted volver a ver a un conocido de toda la vida?

jueves, 9 de febrero de 2012

Lo malo conocido


Sucede que, cuando llegan las olas de frío siberianas, nos aislamos como los iglús. Nos ponemos la camiseta, el jersey, el abrigo, la bufanda-anaconda al cuello y algún que otro gorro. Alcanzamos el diámetro de muñecos de nieve y, sólo entonces, salimos a la calle.
Como hace frío y hay que aumentar el ritmo para entrar en calor, ponemos música. Hombres G en mi caso, Venezia y mucha guasa, y nos subimos al cercanías.
Hoy marcaba el termómetro un par de grados en el centro de Madrid cuando el tren con destino Parla y parada en Las Margaritas ha llegado a Nuevos Ministerios y, con el golpe de calor al entrar, empieza a molestar todo.
Lo bueno que tiene Cercanías -como todo el transporte público- es que durante un rato entras en contacto con gente a la que generalmente no vuelves a recordar, y eso da la opción de observar y escuchar con mayor descaro que cuando te enfrentas a la posibilidad de causar segundas y terceras impresiones.

Por eso hoy, a la altura de Atocha, la realidad ajena se ha hecho presente, de forma más audible y cercana que  entre aceras gélidas:
-Si, mañana dicen que habrá reforma... ¿45 días lo quitan? Pues vaya, que bien que me hayan echado ahora y pueda cobrarlos todavía. Va a ser verdad eso de que no hay mal que por bien no venga.

Es un posible refrán que viene a la mente, otro sería "más vale malo conocido, que bueno por conocer", y eso si que es problema.
Porque conformarse con lo malo no puede ser la primera opción, el tirarse del barco antes de que se hunda, y esperar que nadando sólo a pulso se cruce aunque sea una piscina hinchable. Porque si mañana la reforma laboral resulta ser tan violenta como la pinta De Guindos, la respuesta no puede -no debe- ser una risa al teléfono y celebrar que estás en la calle, aún con una indemnización. Porque alegrarse por no tener trabajo se está convirtiendo, al menos hoy, en algo natural en España a la espera de lo que conozcamos mañana.

Eso es lo malo conocido, que veamos como positivo cualquier elemento que no sea completamente negro, aunque se vaya oscureciendo cada vez más día a día.