La idea le pareció interesante y me puse a escribir sobre lo que me pareció uno de los temas más bonitos que he escuchado nunca. El Vaporcito de Cádiz.
No toda Andalucía lo conoce, así que la cara de sorpresa ante este tema es habitual. El Vaporcito era un barco cuyo recorrido unía el Puerto de Santa María con Cádiz, primero con fines domésticos y más tarde turísticos. Era un símbolo de la ciudad y mucha gente tenía anécdotas de sus travesías.
Este verano, sin embargo, un choque junto al muelle provocó el hundimiento de la embarcación, y yo, que entonces trabajaba en Radio Sevilla, fui testigo de cómo a la mañana siguiente, abiertas las líneas de teléfono de la radio, la gente llamaba para contar sus pequeñas historias.
Me pareció lo bastante importante y desconocido como para dedicarle unas líneas, y ahora que el texto ha pasado el primer corte, quiero dejarlo por aquí, por si a alguien le interesa pasar unos minutos leyendo algo que, si bien no es totalmente verídico en cuanto a los personajes, tampoco es totalmente inventado.
VAPORES DE TODA UNA VIDA
Hay otoños a los que les gusta
hacerse notar. Sus vientos provocan el revuelo de hojas y humores de aquellos
que han pasado la mañana frente al espejo afanándose por domar un pelo que
volverá a encontrar una excusa para la rebeldía cuando salgan de casa. Hay
otoños menos belicosos pero desconcertantes. Son aquellos para los que los
armarios jamás están preparados para sus subidas y bajadas bruscas de
temperatura en una sola jornada, y cuya última consecuencia de esta falta de
clarividencia termina con un catarro y demasiados sobres de medicamentos
gastados sobre la encimera de la cocina. Otoños, en definitiva, hechos para
soportarlos a la espera del hermano mayor, el invierno.
Y luego están los otoños de Cádiz. Sabes
que es otoño porque las imposiciones del calendario así lo marcan. Del 21 de
septiembre al 21 de diciembre, sin sorpresas ni brusquedades. Tiempo tranquilo
propicio para una vida tranquila, aunque estos días en la bahía de Cádiz no
estén siendo tranquilos sino extraordinarios. Porque puede que se realice la
proeza que casi nadie esperaba, y el Vaporcito de Cádiz vuelva a navegar.
Extraordinario es la palabra que
emplea Florencio David Daza, propietario del bar “El Chiringuito”, a pie de
muelle.
- - Era una
cosa muy de aquí ¿sabe usted? To el día pa arriba y pa abajo… Traía gente que
venía del Puerto a trabajar a Cádiz pero vamos, tenía tirón y terminó siendo
una cosa de turistas. Pero nuestro, nuestro…
Florencio tenía unos cinco años
cuando su padre lo subió al Vaporcito por primera vez para dar una vuelta y de
paso, acercarlo al Puerto, donde vivían sus abuelos. Fue un conglomerado de
primeras veces: primera vez que subía a un barco, primera vez que iba al
Puerto, primera vez que veía a sus abuelos.
- - Las cosas
de la guerra, yo nunca pregunté. Como los chavales del barco jugaban y corrían,
yo me iba con ellos, una hora de camino pa un niño es mucho tiempo. Nosotros
teníamos que cogernos a la barandilla y jugar a cogernos sin soltarla, lo que
pasa es que en la parte izquierda había como una marca, se ve que estaba un
poco gastao y cuando pasabas la mano te llevabas una astilla de regalo.
Enseña la mano jurando que la marca
de una astilla especialmente grande le dejó marcado, aunque la palma lisa de su
mano se atreva a desmentirlo. Desde que el Vaporcito se hundió ha aumentado la
frecuencia con la que la historia es contada, y consecuentemente, los suspiros
de los clientes. Todos tienen anécdotas en el Vaporcito y la mayoría de ellas
fueron vividas juntas. El problema de la barandilla se solucionó en el 56, y
muchos recuerdan en la intimidad de sus casas que entonces Florencio aún
llevaba pañales.
El día que la embarcación se fue a
pique El Chiringuito se convirtió en el centro de todas las tertulias. La gente
se acercaba y contaba lo que había podido ver desde el muelle mientras los
demás le observaban en silencio. Uno de los oradores que más tiempo captó la
atención fue Luis Jiménez. Luis acababa de salir de su casa de camino a la
papelería cuando escuchó jaleo en el muelle.
- - Eran como
gritos… y casi gente llorando. Me asusté porque bueno, no es que la zona sea
conflictiva ni mucho menos, pero así voces, sin venir a cuento… tampoco.
Duda y frena el discurso, porque
aunque sea un chico tranquilo también ha tenido sus conflictos.
- -Sólo me he
peleado una vez en mi vida, y fue en el Vaporcito. Yo vivía en el Puerto y
salía de fiesta por allí, pero empezó a ponerse de moda un sitio en Cádiz…
Bueno, de moda… la chavala que me gustaba iba a allí y claro, luego tenías que
coger otra vez el barco para volver. El caso es que, confiado de que yo vivía
en otra parte, tuve unas palabras con un tonto en la discoteca. Lo que yo no me
esperaba es que fuese vecino del Puerto y claro, nos vimos entre dos aguas y
con los ánimos subidos. Poco recuerdo de la pelea, pero puedo decir exactamente
el tipo y color de la madera del suelo del barco. Impecable de verdad. No se
vaya a reír, pero lo que pensé cuando vi a los bomberos era que era una
verdadera pena que aquella madera se perdiera, y me acordé del tonto.
Cuando llegó, eran ya las seis y
media de la tarde del 30 de agosto. Vio varias decenas de personas
arremolinadas y muy nerviosas, muchas de ellas extranjeras. Cuando consiguió
adentrarse pudo ver el perímetro de seguridad de los bomberos y, sobre todo,
muchos dispositivos de salvamento y bombas de agua. Un poco más allá, entre los
vehículos, la popa del Vaporcito con sus flotadores rojos sobresaliendo del
agua; de la proa no quedaba nada, ya estaba hundida. Hacía diez minutos que había
atracado.
El Vaporcito de Cádiz (o del
Puerto, según la orilla en que se pregunte) realizaba su ruta habitual entre
ambas localidades aquella tarde. Aproximadamente a las seis y diez de la tarde,
Pedro Martín, su capitán, miraba con desgana el poso frío del café que un
miembro de la tripulación le había dejado en un huequecito junto al timón.
Había sido una mala noche, el aire acondicionado se le había estropeado y el
ventilador sólo movía aire caliente. Apenas había dormido y a pesar de la
sobredosis de cafeína, los ojos le pesaban cada vez más. Recuerda haber pensado
inexplicablemente en la próxima revisión de la ITV. Después, el choque.
Absurdamente intentó girar el timón para alejarse de las rocas de la entrada al
puerto de Cádiz, pero el timón sólo tenía ayuda mecánica y el engranaje de
acero estaba algo oxidado. Intentó llegar al muelle asignado, el Alfonso XIII,
pero finalmente desistió y terminó situándose en el Reina Victoria, entre los
bolardos 16 y 17.
Mientras, los ochenta pasajeros a
bordo comenzaban a darse cuenta de que algo iba realmente mal. Mari Carmen Sánchez
estaba especialmente fastidiada.
- -Llegaba
tarde a trabajar. Eran casi tres cuartos de hora, perder uno no es tontería.
Subí aquella tarde cuando estaban ya por la segunda pitada antes de salir. Pero
vamos, que no es la primera vez.
Se refiere a otro viaje in
extremis, también accidentado como éste. Ella y otros tantos amigos de la
facultad habían decidido darse un capricho y pasar unos días en Múnich, en el
Oktober Fest del 98. Tenían que llegar al aeropuerto de Jerez, pero se durmió
en los laureles y perdió el barco que iba a llevarla hasta Cádiz, así que tuvo
que coger el único que salía justo 10 minutos después, el Vaporcito.
- - A mí
siempre me ha parecido una tontería eso de llamarlo “Vaporcito”. ¡Si es una
motonave!
Pero el capitán había calculado mal
la autonomía restante de la embarcación, y la gasolina se acabó a mitad de
trayecto. Como era ya de noche y por una serie de gestiones nefastas, no se les
dio solución y tuvieron que pasar la noche en el barco.
- - Pasar la
noche en un camarote, perder el billete de avión, y todo a veinte minutos de
casa. Un desastre.
Compartiendo indignación con los
pasajeros conoció a Miguel, su actual marido. Un año más tarde la Junta de
Andalucía declaró el Vaporcito Bien de Interés Cultural, y Mari Carmen fue la
organizadora de los actos de celebración.
Los hay que tuvieron sus momentos,
y quienes luchan por que otros los tengan. Por eso esta mañana, 28 de noviembre
de 2011, Rafael Barra, presidente de la Autoridad Portuaria de la Bahía de
Cádiz, asiste acalorado a la rueda de prensa que anuncia el inicio de los
trabajos para su restauración. Unos trabajos que comenzaron con el reflote del
Vaporcito, y que, hasta la fecha, sólo la APBC ha sufragado aunque, eso sí, de
forma subsidiaria. 27.000 euros. Es lo que ha permitido que el Vaporcito de
Cádiz fuese reflotado por la empresa Divership y trasladado a San Fernando para
su reparación. 28 días después de que se hundiera y sin que el armador del
barco estuviera en condiciones de pagar, Rafael Ibarra tuvo que asegurar a los
miembros del consejo de administración de la Autoridad Portuaria que la
inversión sería recuperada. Que a pesar de que no contemplaban hacer inversiones
a corto plazo en patrimonio, estaban ante una situación extraordinaria.
Pero del coste total nada se sabía.
- - ¡Jefe! No
sea más jartible, que la cosa es difícil. Son 22 metros de eslora, cinco y
medio de manga y dos y medio de calado. Vamos, un bicho de 113 toneladas. Y por
si fuera poco, de 1955. ¿No sería mejor hacer un Adriano IV?
Paco, inspector jefe de Navantia,
donde aún permanece el Vaporcito, probablemente tenga razón. El auténtico
nombre del barco, Adriano III, no sólo ha conocido tiempo mejores sino tenido
antecesores más rudimentarios. Los “adrianos” I y II se encargaban de realizar
la misma ruta con bastante más público gaditano. Fueron sustituidos por las mejoras
introducidas, pero para la gente siempre ha existido un mismo Vaporcito.
También ha sido escenario de películas como “La Lola se va a los puertos”;
reflejado en chirigotas; poesías de Alberti; textos de Teófilo Gautier. Se ha
hundido, pero las inmediatas iniciativas en Facebook forzaron la reacción
institucional. Hay que recuperarlo, con crisis o sin ella. La cuestión es mucho
más compleja de entender que un balance económico. Como dice Florencio, justo
antes de contar su anécdota:
- - Era con
diferencia lento, muy lento. Tardaba el doble que otros en hacer la misma
distancia. Sólo servía para los turistas, para pasearse, por lo menos ahora. No
digo yo que entonces no fuera… pero ya no. Y sin embargo… todo el mundo tiene
un momento importante en el Vaporcito. ¿Cree que no hay otras cosas más
importantes en Cádiz para hacerlas emblema nuestro? No iba lento, iba
tranquilo. Era de toda la vida, como un conocido del barrio. ¿No querría usted
volver a ver a un conocido de toda la vida?