miércoles, 23 de febrero de 2011

Desvelados


Freud, tenemos un problema. No sé si dirigirme a ti o no, porque creo que al oir mis desvelos seguramente sonreirías y dirías que todo se remonta a un problema no solucionado de carácter sexual en mi infancia. Una respuesta comodín sólo superada por los siempre recurrentes y cetrinos médicos de ambulatorio ("eso va a ser un virus")

Pero me la voy a jugar y me voy a encomedar a ti, Freud, porque me han dicho que la veintena es la década de los valientes y las locuras y va siendo hora de que haga mi baustismo de fuego; porque repasando mi historial resulta que lo más peligroso que he hecho nunca lo hice con 18, y convendrás conmigo en que aunque hayan pasado dos años desde el feliz acontecimiento he tenido tiempo suficiente para superarme.

Mi problema, Sigmund, va de sueños.
No en el sentido aspiraciones y metas de futuro. En el sentido literal. Sueños. De tumbarte, cerrar los ojos y dormir.
No es el carácter de los sueños, tampoco una supuesta profundidad de los mismos (nada que ver con el fin del mundo) pero te interesan al despertar. El pensar "qué pueden significar" y lanzarte a la búsqueda del mismo es el auténtico problema, Sig.

No creas que no existe toda una marabunta de personas con las mismas dudas -> para eso existen los horóscopos, que no son más que un nido de sugestión. Lo sé, te estoy estuchando.
Pero es que la puerta acaba de abrirse y ha entrado mi vecina diciendo que tiene que contarme algo importante. Ha soñado que moría una amiga suya y ella misma en el metro, dirección Piazza Cadorna. El problema ha venido cuando ha ido a buscar el significado y no le ha hecho falta porque dice la prensa que ha habido amenaza de bomba esta mañana, en Cadorna.

Asi pues, ¿qué hacemos con la cuarta casa de Venus en Júpiter? Nos vamos a dormir Sig, pero yo no sé con qué cara le cuento eso de las etapas sexuales y su relación con las neuras sobre metros que acumula.
En cualquier caso la amiga del sueño (a la sazón mi compañera de cuarto) va mañana a la susodicha plaza porque justamente es su primer día de trabajo.

Puede que todo lo anterior sea una tontería inútil, o no, si consideramos que a pesar de llevar una semana luchando contra el uniforme hemos conseguido algo extraordinario: la última cosa en la que pensará será el dolor de pies.

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